Ikaruga, simplemente jugar no basta, hay que jugar bien

A poco que te guste el género de los Shoot’m Up seguro que conoces, o ya estás tardando en conocer, Ikaruga (Treasure, 2001), heredero y paso evolutivo lógico de lo que ya pudimos jugar en el “menos conocido de lo que debiera” Radiant Silvergun

Como todos los juegos con un origen claramente Arcade, Ikaruga es un juego difícil… muy difícil. Un desesperante desafío en el que hay que abatir cientos de naves enemigas mientras esquivas la miríada de disparos que llegan a poblar la pantalla. 

Pero a su vez es también tremendamente satisfactorio a medida que vas aprendiendo el diseño de las fases, los patrones de movimiento, las rutinas de ataque y los lugares donde aparecen los enemigos; vamos, lo que se conoce como “masterizar” el juego

Sin embargo no te engañes, sobrevivir en Ikaruga, es lo de menos. Por muy Pro-Player que te sientas por el hecho de haber logrado ver su secuencia final, para ser un verdadero maestro en este juego lo importante es puntuar mucho, y eso no es cuestión de tan sólo jugar, es aprender a jugar bien

Esta obra maestra del entretenimiento digital no va de dominar una mecánica y limitarse a avanzar sobreviviendo a las ingentes hordas de naves enemigas y sus disparos. Para jugar bien a Ikaruga es necesario dominar su sistema de armamento bipolar blanco y negro, que transforma el hecho de jugar casi en una coreografía, en una danza en la que sigues el camino de los proyectiles que puedes absorber, a la vez que tu cerebro se desdobla para evitar la destrucción que viene de la mano de los letales proyectiles del color contrario. Y así, con la simple pulsación de un botón, con un cambio del blanco al negro (o viceversa), todo cambia de nuevo y tu cerebro se resetea para iniciar la danza a la inversa y cambiar de pareja.

El otro elemento clave son los combos que se crean acompasando tus disparos el color del enemigo. En Ikaruga matar “como toca” tiene premio en forma de cadenas que puedes hacer crecer y crecer para obtener puntuaciones obscenamente elevadas. Es una cuestión de ritmo, posicionamiento y precisión que transforma el frenesí desesperado con el que juega el novato en una elegancia precisa que alcanza el experto cuando supera el simplemente jugar y consigue jugar bien.

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